Posted by : GuisBell
lunes, 1 de diciembre de 2014
AUTORA: Arlette Geneve
SINOPSIS:
A Amalie, la bellísima nieta del jardinero del palacio del conde
Salzach, nada la hace más feliz que pasarse el día entre las flores, haciendo
ramos que hablan sin palabras a través del complicado lenguaje floral.
Hasta que regresa Karl, el ahijado del conde Salzach,
amigo y compañero de juegos de su infancia. Pero el severo conde teme que
Amalie siga los pasos de su madre, que cayó en desgracia por ser considerada
una cazafortunas.
La bella y rebelde joven no
solo deberá defender su reputación, sino luchar para poder ver al Karl de
siempre, que de pronto la mira con ojos nuevos.
¿Por qué no puede ser todo tan
simple como en el pasado? ¿O es que acaso el pasado llamará a la puerta de
ambos para mostrarles un terrible secreto?
FRAGMENTO DEL LIBRO:
— ¡Qué diantres…! —reiteró el
noble, sin dejar de observarlo con ojos entrecerrados.
La voz se le había antojado
demasiado aguda, casi femenina, sin embargo, lo achacó al hecho de haber sido
descubierto en semejante tropelía.
Amalie cerró los párpados al
contemplar el desastre que había organizado sin pretenderlo. Había escuchado el
carruaje pero no se había percatado de que se había detenido justo en el otro
lado del sendero. Había llevado un saco de arpillera lleno de estiércol para
extenderlo como abono para las mandevillas blancas y rojas que había plantado
días atrás. Con el rostro atribulado, se quitó el pañuelo azul que llevaba al
cuello y lo mojó en el agua transparente que discurría mansa. De un salto llegó
hasta donde estaba el caballero que no se atrevía a quitarse la suciedad del
rostro ni de los pantalones.
—Permítame —se ofreció ella
con voz aguda.
Si el noble se quejaba al
conde Salzach, este le pediría cuentas a su abuelo, y finalmente acabaría descubriendo
que ella trabajaba en las diferentes zonas ajardinadas de palacio. Amalie trató
de limpiarle la cara cuidando muy bien de que el noble no le viera el rostro, y
por ese motivo no pudo impedir que algunas briznas de paja sucia se le metieran
en la boca.
Karl las escupió con verdadero
asco y sujetó el brazo para alejarlo de su boca.
— ¡Maldito rufián
impertinente!
Los ojos de ella brillaban de
preocupación, pero no se atrevía a alzar la cabeza.
—Escuché el carruaje —le
informó—, pero no me di cuenta de que se detuvo ni de que un invitado descendía
por aquí. ¡Le ruego que me perdone! —suplicó, llena de remordimiento. El hombre
podría causarle muchos problemas en Bramberg.
Karl le quitó el húmedo
pañuelo azul y se limpió el rostro con energía. Un momento después se inclinó
sobre el riachuelo y enjuagó la tela para pasarla de nuevo por la cara. Después
limpió las perneras de sus pantalones que olían realmente mal.
— ¿Cómo se llama? —pidió en un
tono tan frío que Amalie lo sintió como si la hubiese azotado una brisa helada
del norte—. Daré cuenta al conde de este desagradable incidente. Y considérese despedido.
Ella contuvo un jadeo.
—Ha sido un lamentable accidente
—le replicó tensando los hombros—. Le repito que no lo vi. Pagaré la factura de
la limpieza de su ropa —le ofreció solícita.
—Va a pagar mucho más que eso
—le respondió seco. Karl entrecerró los ojos mirando al muchacho del que apenas
vislumbraba su rostro. Vestía pantalones estrechos, una camisa y una chaqueta
de paño inglés bastante viejos. Cubría su cabeza con un sombrero de paja que le
cubría prácticamente la cabeza y los hombros. —Su nombre —inquirió, todavía más
molesto al comprobar la reticencia que le mostraba.
Amalie se mordió el labio
inferior mientras inclinaba la cabeza hacia su pecho. Si le decía su nombre, su
abuelo iba a tener un montón de problemas pues el conde descubriría que era una
muchacha quien se encargaba del jardín.
—No puedo decírselo —le
respondió cohibida.
Karl inspiró profundamente
tratando de analizar la situación con ecuanimidad. Estaba manchado de estiércol,
olía a rayos, y frente a él tenía a un muchachuelo que se negaba a decirle su
nombre.
Además le molestaba la tendencia
del muchacho a ocultar su rostro como si fuera en verdad un delincuente. La
forma de retorcer las manos le recordó algo del pasado, pero no supo precisar
qué era.
Karl necesitaba verle la cara
para que el muchacho no pudiera esconderse ni zafarse de su metedura de pata, y
entonces hizo algo completamente inesperado. Sujetó el ala del sombrero y lo
arrancó de la juvenil cabeza. Cuando el perfecto rostro con forma de corazón
quedó ante él, soltó el aire de forma abrupta.
¡No era un chico sino una
chica quien lo había cubierto de mierda!
—Mi nombre es Amalie —le
reveló vencida—. Y ayudo a mi abuelo en el jardín hasta que se recupere de una
caída que tuvo este invierno.
Karl estaba desangelado. No
podía apartar los ojos del rostro de la muchacha. Era muy guapa y se veía muy
nerviosa. ¿Cómo no lo reconocía? Aunque ella había cambiado mucho, él la
recordaba perfectamente. Eran los mismos ojos de zafiro que lo perseguían en
sueños.
— ¿Y por qué trabajas en
Bramberg y tiras estiércol a las diferentes visitas que llegan? ¿Es tu forma de
dar la bienvenida?
Ella no supo si el tono era en
verdad un aviso de lo que le esperaba, porque le pareció una burla. Se atrevió
a mirar directamente a los ojos del noble y el brillo que encontró en ellos la
inquietó.
No le resultaron extraños. La
miraban con un reconocimiento que la alertó.
—Para llegar con la
carretilla, es mejor el sendero del otro lado del riachuelo porque está más
liso, sin embargo, no calculé bien al tirar el abono hacia esta parte. Utilicé
demasiado ímpetu, lo admito. —Karl reconoció que había sido un desafortunado
incidente, pero tendría que detallar al conde lo sucedido para explicar la
suciedad en su ropa. Amalie entendió perfectamente las elucubraciones de él. —Si
me lo permite —se apresuró a decirle—, arreglaré su ropa antes de que se
presente en Bramberg —le ofreció ella—. Vivo en la casita del lago, allí podrá
asearse antes de presentarse al conde. Al menos no olerá tan mal.
Él sabía muy bien dónde vivía
ella.
—Cuánto has cambiado, pequeña
Amalie.
La expresión femenina le
arrancó una gran sonrisa. La vio abrir los ojos de par en par para observarlo
con atención hasta que las pupilas de ella brillaron con reconocimiento.
¡Solo una persona en el mundo
la llamaba «pequeña Amalie»!
— ¿Karl…? ¡No es posible!
Amalie pensó que el hombre que
estaba plantada frente a ella no podía ser el ahijado del conde, el mismo
muchacho que le llevaba trozos de tarta cuando visitaba Bramberg. Se llevó la
mano a la boca y contuvo una exclamación de auténtica sorpresa.
Karl entrecerró los ojos de
forma especulativa. Las ropas que vestía ella le parecieron ofensivas.
¿Qué hacía manejando
estiércol?
COMENTARIO:
Me encanto, vaya que hace
tiempo no sentía tantas emociones al leer un libro nuevo, Arlette Geneve si
sabe cómo escribir una buena historia de amor que te llegue al corazón. Mi
recomendación, no dejen de leerla <3
GuisBell.